Y pasó a realizar aquel análisis sintáctico que siempre le salía bien. Pensaba: "Aquí el pobre Luciano no da una, pero yo soy un as”. Pero de repente en aquella frase apreció una palabra: “globo”; y su mente se escapó como si tal fuese, en busca de los recuerdos de la buhardilla.
Pensó en los globos de colores, en las cestas, en los saquitos que tiraban. ¿Qué habría dentro de aquellos saquitos?
……………………
Por fin sabía lo que había dentro de aquellos saquitos. Habían pasado quince años y recordaba aquellas escenas de su infancia como si ocurriesen en ese preciso instante. En aquel mismo día se había propuesto que llegaría a estar dentro de aquellas cestas tripulando un globo.
Todo esto le había venido a la mente gracias a la imagen de un niño que observaba los preparativos del vuelo de aquella mañana.
El niño había preguntado
- ¿Qué llevan metido en esos saquitos? ¿Para qué sirven?
Ahora, ya en el aire, su única preocupación y la de sus dos compañeros era la de llegar en una de las primeras posiciones al descampado que se había fijado como meta por la organización de aquel concurso de aerostatos, en una ciudad del sur.
El aerostato se elevaba lenta y majestuosamente impulsado por el gas caliente. El aire le empujaba hacia la meta, atravesando toda la ciudad.
Abajo la gente observaba los globos como un día lo hiciese Armando. Arriba los tripulantes gozaban de una hermosa perspectiva aérea de la ciudad, aunque eso sí, sin perder de vista que el globo no perdiese altura.
Armando y sus dos compañeros se encontraban ya a buena altura, situados en los primeros lugares. Ya abandonaban la ciudad y se disponían a sobrevolar un tupido bosque, tras el cual se encontraba el descampado que sería la meta.
-Luciano, arrearle al fogón a ver si pasamos al 14.
-Tranquilo Paco, eso está hecho ¿ verdad Armando?
Armando estaba en efecto con su rival en los problemas de matemáticas, con el que no daba una en el análisis sintáctico. Habían terminado siendo buenos e inseparables amigos. Paco era el primo de Luciano, un chico serio, regordete y siempre con un palillo en la boca o en su defecto una pajita, que en este caso había arrancado del suelo al saltar al interior de la cesta del globo.
Pero el globo comenzaba a perder altura, y por más que Luciano le arreaba al fogón ni lograban cazar al 14 ni recuperaban altura.
Armando comenzó a soltar lastre; sí, aquellos saquitos, que en realidad estaban repletos de arena.
Pero el globo no tomaba altura y perdía cada vez más.
Esto ya era: peligroso, pues caer encima de los arboles no era pieza de gusto, ni un juego de niños.
- ¡Armando, tíralo todo!, ¡ Tíralo todo! - decía
Luciano.
- Luciano dale al fogón más fuerte, ¡más fuerte ! - decía Paco .
- ¡Pero bueno que te crees que estoy haciendo!
- Tranquilos, todo se arreglara, decía Armando.
El bosque se veía más y más cerca, y el globo no recuperaba altura. Nada se arreglaba.
Armando había arrojado todo el lastre, pero era inútil.
- Es inútil. Se ha abierto un desgarrón en la tela y perdemos aire dijo el de la pajita.
- Pues sí que la hemos fastidiado - apostillo Armando.
- Y por si aramos pocos..., el fogón se apagó.Ahora. sí que vamos a trepar a los arboles-
dijo Lucíano.
- Sí, pero en sentido inverso- dijo Armando. Esperemos que todo acabe en eso.
Armando recordó el globo azul con rayas blancas que descendía, en aquella tarde de mayo, hacia el descampado. ¡Quien estuviera en aquel globo! La caída por lo menos seria sin árboles.
El impacto fue terrible. Por unos instantes estuvieron agarrados a las paredes de la cesta.
Parecía, que habían tenido suerte después de todo, ya que la cesta había quedado colgando a pocos metros del suelo.
Sin embargo, en la caída habían arrancado unas cuantas ramas de cuajo. Una de ellas había golpeado a Luciano en un brazo. Se lo había roto.
Pocos minutos después les habían sacado de allí en un coche del parque de bomberos de la ciudad que seguía la prueba.
Estaban ya los tres en su ciudad. Luciano con su brazo escayolado y en cabestrillo.
Armando, quince años más tarde, desde el mismo angosto ventanal de aquella buhardilla miraba al cielo, pensativo. Pensaba en la caída, en su primera caída, y sentía un intenso miedo. Había decidido que aquella caída sería la última; no volvería a subir a un globo. Olvidaría aquella tarde de mayo, el análisis sintáctico, el globo azul con rayas blancas, los saquitos…. todo.
Lo había pensado muy bien, aquello de los globos se había terminado.
No perdería más tiempo con "esas bobadas", como las había llamado su madre en aquel día.
Juan Carlos Sastre Carvajal